jueves, 26 de septiembre de 2013

Ser mamá... sí que duele

Cuando tuve a mi primera hija (Pau, que ahora tiene 3 años y medio), escuché, como todas las mamás primerizas, miles de consejos, tips, historias, recomendaciones; sin embargo hubo una frase que me dijo una gran amiga y que llegó al fondo de mi corazón: Liz, tener a un bebé recién nacido es "terriblemente hermoso".

Si me hubiera dicho esto antes de que naciera mi hija, probablemente yo hubiera pensado: "qué mala onda ¿cómo puede ser terrible tener a tu primer hijo entre tus brazos, ese pequeño o pequeña tan esperado y que tanto has soñado?" Claro, me lo dijo justo en la primera semana de nacida de mi hija y lo primero que vino a mi mente es: "TIENE TODA LA RAZÓN".

Y es que ser mamá, sí que duele y todas las que ya hemos pasado por esta maravillosa, pero cansada tarea, podemos sentirnos identificadas. No es mi afán asustar a nadie que no haya tenido hijos, ni mucho menos espantarte a tí, que estás a punto de convertirte en mamá... Es más bien mi afán el que tú, que estás en estos primeros días, primeros meses, te sientas comprendida, entendida y que sepas que no estás sola, contigo están miles de historias parecidas a la tuya. Yo soy una de ellas.

Sí, ser mamá, sí que duele...

Duele desde que el bebé está en el vientre, ya sea por las náuseas, mareos, vómitos, luego el cansancio, la hinchazón de las piernas, en el mejor de los casos y en el peor de los casos por algunas otras complicaciones que quizá pudieras haber padecido. Duele cuando el bebé está por nacer, duelen las contracciones que cada vez son más intensas y más seguidas, duele pujar, duele que enfermeras y doctores hagan sus respectivas inspecciones dentro de tí, duele la epidural, duele la episiotomía.

Duele tener que tomar la decisión, por recomendación médica de no poder tener tu parto en agua, o sin anestesia, o sin oxcitocina; duele que tu bebé llegue antes de lo previsto, duele aceptar que tu parto no podrá ser natural sino cesárea. Duele renunciar a la idea que tú tenias.

Duele la herida de la cesárea, duelen los pezones cuando el bebé está succionando a todo lo que da, duele el golpe de leche, duelen los entuertos.

Duele también el corazón, tener a tu pequeño y saberlo todo y a la vez no saberlo nada. La confusión sobre la lactancia, duele pensar que no te sale tanta leche a pesar de que te la pasas pegada a tu hijo, a pesar de que tomas agua como degenerda, té de hinojo, levadura de cerveza y todas las técnicas posibles. Duele pensar que tendrás que darle un poco de fórmula si es que el bebé no subió de peso y el pediatra lo recomienda.

Duele que tu mamá te diga cómo hacerle, pero a la vez tu amiga te diga lo contrario, que el libro dice otra cosa, que la página de internet diga otra; duele la confusión porque en esos momentos tus emociones están desbordadas y el bebé no nació con manual al lado y tú no sabes qué hacer y tu vida ha cambiado radicalmente de un día para otro.

Pero también les duele a quienes les sale demasiada leche, duele bañarse y ver cómo la leche se escurre, desespera no poder salir un ratito a la calle porque ya tu blusa se ha mojado de leche.

Duelen las desveladas, la incertidumbre, el no poder bañarte con eterna calma como antes, el esuchar el llanto del bebé en la madrugada y no saber si tiene hambre o cólico o quién sabe qué...

Y duelen las emociones encontradas, por un lado sentirte inmensamente feliz por este pequeño que está frente a tí, sentir tu corazón desbordado de amor, ese amor que nunca habías experimentado y que es incondicional, pero por otro lado duele sentir la culpa por desesperarte, por pensar "Dios mío ¿qué es esto? en qué me metí", por sentir incluso que no eres buena mamá. Duele llegar a pensar o a confesar que ésto no está tan maravilloso como se veía en las películas...

Y ¿sabes qué? todo eso es normal; todo eso lo hemos vivido todas, unas con mayor intensidad, otras con menor intensidad. Unas con más apoyo de otras personas y otras con menos apoyo y valiéndonos casi por completo de nosotras mismas. Unas en circunstancias más protegidas, otras en circunsancias adversas.

Duele, pero es un dolor diferente, es un dolor de amor y no hay manera de explicar cómo, a pesar de todo lo terrible que describo arriba, sigue siendo hermoso. No hay manera de explicar de dónde saca uno las fuerzas y la sabiduría para darle lo mejor a nuestros pequeños, para tomar las decisiones que tengamos que tomar pensando siempre en el bienestar de nuestro hijo. No hay manera de explicar cómo sales adelante a pesar del inmenso desgaste físico y emocional que puedes llegar a tener.

Llora, desahógate, habla de tus sentimientos, no los niegues. Es una experiencia única y verdaderamente impactante; no tienes necesariamente que estar feliz todo el tiempo como mamá y bebé de revista, eso no existe. Existen más bien mujeres de carne y hueso capaces de albergar en su corazón sentimientos tan intensos como la alegría, la plenitud, la angustia ante la nueva experiencia, la tristeza, el hartazgo, el cansancio y eso no te hace querer menos a tu hijo, al contrario, te hace más humana. Eso tampoco hace a la maternidad algo indeseable, al contrario, le otorga un valor más grande por todo el crecimiento que tanto la mamá como el papá están alcanzando; un crecimiento que no otorga ni enseña ninguna Universidad.

Y si pensaste que jamás volverías a tener otro hijo o quizá en 20 años, puede ser que así suceda, aunque lo más probable es que pronto te veas de nuevo, por segunda o tercera vez más envuelta, en esta terriblemente hermosa experiencia... si no es que más.