jueves, 4 de diciembre de 2014

De cuando las mamás lloramos hacia adentro y de cuando nuestros hijos lo perciben:

Hoy fue uno de esos días en los que lloras hacia adentro. No sé si les haya pasado, de esas veces que sientes que las lágrimas necesitan salir pero no salen y menos porque estás frente a tus hijos, jugando con ellos, dándoles de cenar, en la rutina de la hora de dormir que es, las más de las veces, apresurada y constante.

Así estaba yo hoy, un tanto cansada por haber tenido una semana difícil. Entre el agotamiento por las desveladas, por el trabajo, por tener a mis hijas enfermas al mismo tiempo justo en estos días, lo normal es que el cuerpo reclama y llega un punto en que hasta las emociones estallan.

Y ahí estaba yo, llorando hacia adentro, entre la bañada de las niñas, cambiarles la pijama, darles de cenar, jugar con ellas, desenredarles su cabello. Mientras ellas cantaban, jugaban, se peleaban, se volvían a contentar, gritaban, reían.

Aún en medio de este ruido, la más pequeña, la de dos años me vio y me dijo, "ven mamá, acuéstate, acuéstate". Mi primera reacción fue decirle que no, pues tenía que hacer mil cosas. Me insistió agarrando mi mano, "acuéstate mamá, estás enferma". Y la de cuatro años le siguió, "acuéstate a ver la tele mamá".

Me conmoví, me acosté, cerré los ojos y en ese instante se salieron de mi alma una cantidad inmensa de lágrimas, tantas que no podía parar. Y así las lloré, en silencio mientras ellas veían la tele y yo mojaba la cama de llorar.

Y no contenta con mandarme a acostar, mi pequeña de dos años me revisó los oídos y fue a la cocina por el pedacito de quesadilla que no se comió y me lo dio, para que yo me lo comiera. Y me lo dio en la boca y yo por dentro otra vez, seguía llorando pero ahora de emoción.

¡Cómo no los vamos a amar¡ nuestros hijos, perciben nuestros sentimientos. Yo, cada vez las amo más.