Hace algunos meses o años ¿quién te iba a decir que ibas a
disfrutar tanto ir SOLA al supermercado?
Antes, cuando eras soltera, ibas saliendo de tu trabajo;
rápido agarrabas todo lo que se te ponía enfrente, ni en el precio te fijabas
¿verdad? Y ¿a poco no te pasaba que tristemente muchas cosas se te echaban a
perder en el refrigerador? Ir al súper era casi como un requisito para tener
algo que picar en las noches, era más para que no te hicieran falta los
embellecedores diarios (cremas, shampoo, cosméticos) y para justificar la
presencia del refrigerador en el departamento.
Ahora, cuando vas con tus hijos también vas rápido... trepas
a los pequeños, uno en el asientito del carrito y al otro en donde va la
mercancía porque si lo dejas caminar saldría corriendo por todo el supermercado
y tú detrás de él con todo carrito y el otro chiquillo arriba.
Ahora, también agarras todo muy rápido, pero la diferencia
está en que ya te sabes los precios exactos de cada cosa que compras, es más,
ya tienes hasta una ruta hecha del establecimiento, sabes por cuáles pasillos
comenzar y agarras casi los mismos productos cada quincena, tus básicos de
siempre para agilizar el proceso.
Ahora comparas los precios si es que vas a comprar algo
fuera de lo que siempre compras y sabes que los congelados se compran al final,
pero que igual si se te atraviesan al principio pues ya ni modo, porque con dos
o más chiquillos gritando en el establecimiento no te vas a regresar.
Y claro, te preparas con una buena dotación de papas,
juguitos o alguna paleta para lograr que tus hijos aguanten un poco más (si es
algo nutritivo, mejor). Y si no funciona, quizá agarres algo del mismo súper
para irlos entreteniendo y claro, guardas el empaque para pagarlo al final.
Típico es llegar a la caja con tus compras, tus hijos y un montón de empaques
vacíos de lo consumido en el intento por hacer el mandado.
Tratas de no pasar o en su defecto pasar corriendo por el
área de juguetes; es más, si de plano tienes que andar por ahí les dices a tus
hijos que miren al techo a ver el elefante rosa que va volando con tal de no
tener gritos diciendo “mamá cómprame ese juguetito, mamá quiero la pelota ¡mamá,
mamá, mamá!
Este viaje en el supermercado ahora es toda una aventura...
pasas desde los momentos de calma en los cuales piensas ilusamente "wowww,
parece que esta ocasión sí se van a portar bien mis niños", hasta el
"¡¡¡¡gggggrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, no vuelvo a venir sola con los niños a
hacer el mandadoooooo!!!!".
Obviamente, en el inter hay varias paradas al baño, ya sea
para que quien está aprendiendo a ir lo haga en el debido lugar, o para cambiar
el pañal del otro más pequeño. Así que dejas en un lugar estratégico el carrito
con la mercancía que te has tardado unos 30 minutos en elegir, cargas a uno de
los bebés, agarras al otro de la mano y sales corriendo a los sanitarios.
También hay una etapa en este trayecto, en el que tus
pequeños van felices cantando y jugando entre ellos, luego se enojan y
comienzan a pelear, pegarse y hasta morderse, también hay una fase de enfado en
la que quieren bajarse del carrito y tú apenas estás en la fila del jamón,
todavía te falta pasar por pañales, toallitas, jabón, shampoo…
Ufffffffffffffffffffff
Si alguien te estuviera observando describiría tus cara que
va desde la alegría, la calma, el enojo, el regaño, la desesperación, la
angustia, la distracción, la desilusión, el creer que esta vez no será posible
terminar de hacer el mandado, para al final de cuentas siempre salir
victoriosa, un poco deschongada pero siempre con mandado y niños arriba del
carrito. Quién sabe cómo, es un misterio, pero nuevamente lo has logrado.
Si cuentas con el valioso apoyo de tu esposo para ir al
mandado, mejoran un poco las cosas. Ahora, sigues haciendo el súper igual de
rápido pero ya sólo lo ves a él a lo lejos correr por todo el súper tratando de
calmar y entretener a los pequeños. Su cara también comienza llena de felicidad,
tú te les haces la perdidiza para que te dejen comprar con calma, pero más
tarde que temprano te encuentran y ya todos, papá e hijos tienen el rostro de “ya
vámonos”. Claro, tú ya no terminas de hacer el súper como lo hubieras deseado.
¿Pero qué tal cuando ahora, que eres mamá, vas sola al
súper? Siempre lo he dicho. Es como un oasis en el desierto, el supermercado se
vuelve como la tienda de prestigio más importante; desde que entras el olor a
cebolla, jitomate, ajos son aromas deliciosos que te transportan a un viaje
hacia tu yo más profundo… está bien, exageré.
La música de fondo que ponen es como estar en el mejor
concierto de jazz, no importa si es Belinda, OV7 o Moderato, esa música es lo
más relajante que jamás habías escuchado. Pareciera que carrito del mandado y
tú flotan por encima de la gente, todos los empleados te ven con una gran
sonrisa y tú quisieras saludar a cada uno de ellos. ¡Son lo máximo!
¿Por qué no? Compras tu café y te das el lujo de ojear (más
no comprar) esa revista de moda o quizá si eres más atrevida, la de los chismes
de novela. Obvio, cuidas que si es esta última, nadie te vea.
Ves cada producto con detalle, sueñas con todo lo que vas a
comprar, pones en el carrito todos los productos gourmet que vas encontrando y
luego los dejas en el área de cajas antes de pagar, descubres cientos de
productos nuevos y hasta te fijas en las etiquetas.
Sales relajada y si afuera el clima está a más de 35 grados,
el supermercado es el lugar ideal para mantenerte fresca y de buen humor.
No cabe duda, todo cambia en la vida, quién te iba a decir
hace algunos ayeres que ir a hacer el mandado, iba a ser toda una odisea.
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