martes, 4 de junio de 2013

Mamá... ¡No te enojes!

Sin duda hoy fue uno de esos días en los que te exiges demasiado y al final entiendes que a veces no puedes hacerlo todo.

Me levanté, un poco más tarde de lo acostumbrado porque desde que quise abrir los ojos, ya me sentía cansada; como buena mamá súper poderosa, un día antes había hecho mil cosas, muchas de las planeadas y otras tantas de las que van saliendo en el camino.

Mis hijas tampoco querían abrir los ojos, raro en ellas que a más tardar a las 7 am ya están amenizando la mañana con sus grititos, cantos y lloriqueos también.

Pareciera como si el día de hoy todo nos invitara a permanecer en la cama las 24 horas; claro, pero digo “pareciera” porque sin lugar a dudas, las pequeñas despertaron no mucho más tarde de lo acostumbrado y por más que hice intentos por lograr que me dejaran cerrar el ojo unos minutos más… fue imposible.

Mi esposo ya se había ido, así que no quedó más que emprender la tarea cotidiana: Levantarme, asearlas, asearme, cambiarlas, darles de desayunar porque ya no alcanzaban el desayuno de la escuelita, lidiar con mis pequeñas jugando, queriendo ver las caricaturas, peleando para que se pongan los tenis, para que se sienten y poderlas peinar. Ustedes ya lo saben, el correteo matutino que implica gran destreza física, concentración mental para no perder la calma e ingenio para lograr salir con los niños peinados, limpios, contentos y con los tenis puestos.

Bien valdría la pena que incluyeran este “correteo matutino” como un deporte digno de los Juegos Olímpicos; miren que correr por toda la casa, levantar pañales, cambiar pañales, vestir a una pequeña, dejarla, cargar a la otra para vestirla, en el inter hacerlas reír y juguetear con ellas pero a los 5 segundos calmar un berrinche, preparar las quesadillas en lo que intentas darle la medicina a una de ellas, brincar sobre todos los juguetes que en 5 minutos han dejado regados por todo el pasillo, buscar los tenis que juras hace 10 minutos habías visto en “ese” lugar, darle chocomilk a una de tus hijas y con frustración ver cómo lo derrama sobre la playera blanca que debía llevar ese día… medio vestirte, medio peinarte y casi salir con la lagaña (so peligro de que alguien conocido te vea en la calle), cargar a la que apenas sabe caminar para bajar las escaleras más rápido, rogarle a la de 3 años que deje su muñeca, o ¡que se la lleve si quiere pero que ya salga de la casa por favor porque se hace tarde!!!!!!!! Uffffffffffffff me cansé sólo de escribirlo.

Y como dicen por ahí “esto es todos los días” y si, como el día de hoy no pude tener el apoyo de mi esposo (que dicho sea de paso, siempre me ayuda), pues todavía peor.

Hoy sí que me sentí cansada, hubo momentos en los que de verdad, por la desesperación casi me quería poner a llorar y hacer berrinche como mi niña de 3 años, hubo momentos al ir manejando rumbo a la escuelita que pensé: “se me hace que no soy una buena mamá, que yo no puedo con esto, que no lo estoy haciendo bien”. Y sí, me sentía cansada, me dolía todo el cuerpo (de esos dolores que tenemos en la espalda y articulaciones las mamás autoexigentes).

Y luego pensaba que quiero ser buena en tantas cosas… En mi trabajo profesional, en mis sueños profesionales, como esposa, como madre, como hija, como ama de casa… quiero que todo marche bien y que el itinerario del día que había hecho en mi mente se cumpliera a la perfección.

No contaba con que soy un ser humano y también me canso. Con que no puedo controlar todo mi día a la perfección; quizá sería mejor soltar un poco, bajarle a mi autoexigencia, organizarme más y ser tolerante a la frustración por si algo no sale como yo lo esperaba.

Total, a final de cuentas mañana será otro día…


Por lo pronto, después de todo este “correteo” merecedor de ser considerado en los Juegos Olímpicos, me quedo con la sonrisa de mis hijas, sus abrazos y sus besos, con la paciencia y cariño de mi esposo, quienes seguramente me ven y dirán: “ahora a esta loca qué le pasa” y que se resume en la frase tan hermosa que me dijo mi niña de 3 años justo al finalizar el día, con una cara pícara, después de haberse hecho pipí sobre mis pantalones: “mamá, no te enojes”. 

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